Uno de los aspectos fundamentales en el desarrollo de mi tesis doctoral es el de patrimonio, ya que su conceptualización global sirve de base para entender cómo el elemento arquitectónico de calidad sobrevive en el tejido urbano al transcurso del tiempo para llegar formando parte activa de la ciudad contemporánea.
La evolución de este término se origina anteriormente en la historia que el de paisaje. Podemos remontar su origen a la aparición del vocablo ‘memoria’ (mementum) ya presente en la Edad Antigua vinculado a las culturas egipcias, griegas y romanas. No obstante, su máximo esplendor se alcanza a través del arte, ya que es difícil separar la vida de éste. La belleza y la estética de los distintos elementos tienen una componente subjetiva, capaz de despertar en el observador inquietudes y conmoverlos, que los hace atractivos y objetos de coleccionismo.
Por ello, el patrimonio no se acaba, siempre está redefiniéndose, reconstruyéndose a sí mismo y al tejido urbano en el que se inserta. Al igual que no podemos entender el paisaje sin la condición humana, no podemos entender el patrimonio sin sujeto. Todo lo que genera identidad es patrimonio, por lo tanto, es una construcción colectiva y cultural.
Podemos afirmar que los tres pilares del patrimonio son la autenticidad del elemento arquitectónico, la defensa de lo público y el factor del desarrollo. En cuanto a su desarrollo, la producción de bienes es intrínseca al hombre, ya que siempre ha fabricado objetos (ropa, lanza, máquinas,…) destinados a una utilidad mecánica, con una función determinada. Si la funcionalidad para la que fueron creados deja de ser útil, quedarán obsoletos formando parte de la memoria del olvido. Sin embargo, si a pesar de su abandono, constituyen elementos singulares, destacan y se transmiten de unos a otros, formando parte del imaginario colectivo que compone una sociedad.
Castillete del pozo San Luis. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
La jerarquía de estos bienes protegidos viene establecida por la escala de valores que se le otorga al elemento y su importancia como punto integrante de la historia de un lugar y una sociedad. Como estas piezas nos atraen, son identitarios de un pasado, conforman el legado que heredar o dejar en herencia a las generaciones futuras. Este concepto define el momento en el que el patrimonio deja de ser nuestro y empezamos a preocuparnos lo que legamos a las generaciones venideras.
De todas las definiciones establecidas en torno al concepto de patrimonio, nos quedamos con la dictada por Georges Henri Rivière en la que establece que el patrimonio son “todos aquellos bienes materiales e inmateriales sobre los que, como un espejo, la población se contempla para reconocerse, donde busca la explicación del territorio donde está enraizada y en el que se sucedieron los pueblos que la precedieron. Un espejo que la gente ofrece a sus huéspedes para hacerse entender, en el respeto de su trabajo, de sus formas de comportamiento y de su intimidad”.
Debido a que se han dilatado los conceptos de patrimonio, existen muchos tipos de bienes (jardines, conjuntos, sitios históricos, zonas arqueológicas,…). Estos bienes son productivos, pueden funcionar como recurso social, pero para ello hay que gestionarlos de distinta manera, en relación a la época en la que nos encontremos. De este modo, podemos identificar distintas etapas según la capacidad protectora que se efectúe en el elemento arquitectónico; así en el siglo VI ac, se destruía lo ajeno para dominar la civilización foránea y en la década de los sesenta se realizaba una insistencia en relación al objeto aislado.
En la presente era patrimonial, hemos pasado a los bienes potenciadores del desarrollo. El patrimonio obliga a unas garantías en las que la transversalidad de su investigación requiere nuevos agentes implicados en una conceptualización más abstracta del término. No sólo corresponde a las Administraciones Públicas la carga de las políticas culturales, sino que la sociedad debe asumir responsabilidades en materias de protección, preservación y consumo del patrimonio, llegándose a incluir valores culturales, sociológicos, productivos, tecnológicos,… e incorporando el elemento arquitectónico en su contexto urbano.
La necesidad de abordar actuaciones de preservación y rescate del patrimonio y de crear acciones sociales que aboguen por la regeneración del tejido urbano en el que se ubican, es inevitable. Con ello no se pretende detener el proceso evolutivo de las ciudades, sino reorientarlo encontrando una relación patrimonio-sociedad equilibrada, ya que la transformación constante a la que ambos conceptos están sometidos perpetuan la imagen de ciudad a lo largo de los siglos. No es posible detener una ciudad en el tiempo como bien definía Ítalo Calvino en sus ciudades invisibles al definir Zora: ““Obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada mejor, Zora languideció, se deshizo y desapareció. La tierra la ha olvidado”; ya que las ciudades son creaciones realizadas por el hombre en constante y dinámica evolución.
Zora,oil and sand on canvas, 2006.
Colleen Corradi Brannigan, cittainvisibili
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