El paisaje es
un producto de nuestra mirada compleja y, por ello, tiene una fuerte componente
subjetiva; depende directamente de las convenciones del arte y la literatura o
de la disponibilidad del tiempo que nos permite observarlo. Del mismo modo, el
paisaje lleva asociado a él una serie de valores que representa las
civilizaciones que han dejado, a veces conscientemente y otras no tanto, su
huella en él, lo que reclama una interpretación del mismo.
Y
son estas huellas, convertidas en marcas en la ciudad, las que conforman los
paisajes de principio del siglo XX. Estas huellas son las que Ignasi
Solà-Morales, catedrático de Composición Arquitectónica en la Escuela Técnica
Superior de Arquitectura de Barcelona, entiende como parte fundamental de la
comprensión del paisaje.
La
identidad, el genius loci, que cada
sociedad ha construido, es una memoria selectiva de los distintos hechos
históricos, relaciones sociales y singularidades de un paisaje. De este modo, por
ejemplo, Viena decide identificarse con sus construcciones imperialista de
principios del siglo XX, y no por su arquitectura secesionista.
De
esta manera, las huellas de identidad del paisaje se convierten en marcas con
las que publicitarlos y hacer que sean
atractivos, no sólo para sus habitantes sino generar un sentimiento de
atracción mundial, donde el turista sea su mejor promotor y se rentabilicen
estos paisajes. A
comienzos del siglo XX, las agencias publicitarias se profesionalizan y la
creatividad se convierte en el factor clave de la publicidad. Con la inclusión
de ésta última en todos los asuntos de la ciudad, la identidad del paisaje se
convierte en marca.
La marca pasa a convertir el
paisaje en una imagen icónica y sublime de los espacios, una imagen verdadera y
cotidiana. Un paisaje tan contaminado y alterado como real. Comienza así, a
surgir la belleza en paisajes que evidencian la destrucción; ahora son bellas
las escenas de gasolineras, carreteras interminables, grandes aparcamientos,
piscinas despobladas o trozos de ciudad abandonados. Una iconografía que pasa a
convertirse en símbolo de la cotidianeidad y en los nuevos paisajes. Aparecen
los paisajes pop.
Lo
urbano, los suburbios, las zonas industriales, las vías del tren o las nuevas
áreas en construcción toman relevancia en cuanto a la representación de los
paisajes. La soledad se vuelve atractiva, y es ésta soledad la fuente de
inspiración de Edward Hopper. Centrando su obra en Nueva York, pero
perfectamente transferible a otros lugares, el artista capta esa soledad que le
invade en la gran ciudad, se aleja de la moda y el progreso para centrarse en
representar los paisajes tal y como son, tal y como se sienten. La
conceptualización de estos pasajes se
vuelve más compleja aún, ya que como Freud indicaba en El malestar de la cultura, a razón de lo complicado de analizar los
sentimientos, “se
puede intentar la descripción de sus manifestaciones fisiológicas […], pero
cuando esto no es posible…, no queda sino atenerse al contenido ideacional que
más fácilmente se asocie a dicho sentimiento”.
Nighthawks. Edward Hopper.
Por
lo tanto, Hopper consigue crear paisajes en los que se representan universos
personales y completamente diferentes a los que hasta el momento se habían
expuestos a la sociedad. Paisajes contaminados, paisajes solitarios, cargados
de esa sensación de soledad y melancolía que invade al observador al
contemplarlos e intentar buscar ‘vida’ en ellos a través de sus ventanas.
Del
mismo modo, el artista Edward Ruscha ha realizado una fuerte contribución a la
concepción de estos paisajes. El abandono de la naturaleza como representación
máxima de los paisajes, junto con la inclusión de palabras, es una parte
fundamental de su obra. La vida cotidiana y la ciudad se convierten en lienzo
para los artistas que buscan esos nuevos paisajes con los que identificarse,
con los que conformar su identidad y cambiar el imaginario colectivo de la
sociedad que demanda ese cambio.
Edward Ruscha
Future thinking/Ed Ruscha by Katieknowles
A
pesar de centrar su obra en EEUU, ambos
artistas representan las situaciones que ocurren en muchas partes del mundo. La
mirada fija sobre piscinas, gasolineras, calles, palmeras,… incitan a una
mirada propia del entorno que refleja la nueva imagen de ciudad; se crea un
nuevo paisaje que se aleja de la visión onírica tradicional del paisaje, para
acercarse a representar las inquietudes intelectuales que tenían lugar.
Estos
paisajes están llenos de de motivos arquitectónicos, lo que define lo
evocativo, enigmático y figurativo de los lugares, pero simultáneamente, se
encuentran cargados de un gran valor reflexivo y melancólico.
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